miércoles, 15 de diciembre de 2010

Nota no médica

Pongo mi mano en su pecho, es un reflejo automático con el que espero aminorar su tos, no sé de dónde saqué hacer eso, creo q de mi mamá cuando yo de niña tenía ataques de asma, o tal vez lo vi en la tele, aprendo muchas cosas de la tele, o es de esos conocimientos con los que no más se nace y ya.

No sé mucho de medicina, no más que cualquier aficionado de los programas de médicos que pasan en los canales gringos, así que creo que mi mano en su pecho no ayuda mucho, pero siento que ella siente que yo estoy aquí, cuidándola; no ayuda mucho a la tos, pero sí es un aliciente contra la enfermedad del espíritu, un medio para transmitirle todo el amor que he acumulado en mi vida para ella.

Volteo entonces a su brazo amoratado, le han puesto tantos catéteres en tantas partes de su brazo, que sus venas ya están cansadas, justo alcanzo a ver un hoyito que tiene cerca de su muñeca, tal vez el lugar donde pusieron el penúltimo catéter. Mientras tanto tiene moretones también por el aparatito del globito para medir la presión.

Mejor le acaricio el pelo, sirve que dejo de ponerme triste, porque no es tristeza lo que le quiero transmitir. Entonces me acuerdo de cuando yo era niña y jugábamos a que le sacaba las canas mientras ella veía la tele. Yo muy atenta y cuidadosa de no lastimarla, le sacaba una a una las canas que el tinte dejaba ver con mis manitas, las ponía a un lado mío y después de un rato hacíamos cuentas, porque las canas eran muy bien pagadas en ese entonces: diez centavos la pieza. Con ese pensamiento en mi mente le paso la mano por su cabello cortito y canoso casi en su totalidad, es que no ha habido oportunidad de pintárselo, porque ha estado enferma. Como no quiero dejar en quiebra a mi Agüe, mejor le hago piojito mientras duerme. Le paso los dedos, le rasco la cabecita, y le trueno delicadamente las uñas en la oreja, ella alcanza a decirme: “cuántos piojos hay en este hospital”. Cómo no reir por las ocurrencias de mi Agüe?

Ya se volvió a dormir. Sabe que estoy aquí cuidándola, para darle de comer en cuanto se despierte, porque ya es hora de la cena, haciendo de tripas corazón para aguantarme a llorar cuando ya esté en mi cama para dormir, porque en mi experiencia es una buena sensación, mejor aún la de despertar al día siguiente con el corazón descargado. Y más importante, sabe que estoy aquí amándola, retribuyéndole los veintiséis años que lleva cuidándome. Es mi turno.

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